LA LEYENDA DE CHICHÉN ITZÁ;
HISTORIA DE LA FLOR BLANCA

Una leyenda muy antigua cuenta que, hace varios cientos de años, vivía en la ciudad de Mayapán una hermosa princesa llamada Sac-Nicté, que en maya significa “Flor Blanca”.

No solo resaltaba su belleza, también era bondadosa y de carácter dulce. Todos cuando la conocían la amaban.

Su padre, el rey Hunacel, estaba muy orgulloso de la joven. Cuando Sac-Nicté salía a caminar por la selva, los pájaros volaban a posarse en sus manos, y ella los acariciaba y arrullaba en voz baja.

Hunacel era amigo de los reyes de Chichén Itzá y Uxmal, otras dos ciudades importantes. Entre los tres existía paz y armonía. Parecía que nunca más habría guerras en la tierra de los mayas. Pero la tranquilidad no iba a durar mucho.

Al cumplir 15 años Sac-Nicté, su padre la prometió en matrimonio al príncipe Ulil, soberano de Uxmal. Pero el mismo día del cumpleaños, Canek—que en maya significa “Serpiente negra”--, príncipe de Chichén Itzá, decidió visitar a Hunacel.

En cuanto entro a la ciudad de Mayapán, sus ojos quedaron admirados. Los templos y las calzadas resplandecían, y reinaban un clima de júbilo y alegría por el cumpleaños de su princesa, la flor del Mayab.

Sac-Nicté vio a Canek y se enamoro de él al instante.

El apuesto príncipe aún no tenía 21 años, pero era alto, de caballera y ojos negros. También quedó perplejo al contemplarla: ¡tanta era la belleza y la dulzura de la joven princesa! Pero no se atrevió a hablarle. Pensó que lo hincado era pedir la mano de la joven al rey.

Aún no abría la boca cuando, de pronto, se le acerco Hunacel:

Amigo mío, alégrate. Has venido a compartir los festejos del compromiso matrimonial de mi hija...--exclamo el monarca.

Canek ya no encontró paz en su corazón. Sintió como si un rayo lo hubiera partido en dos. Sin decir palabra, dio media vuelta y, seguido por su séquito de guerreros, regresó a la selva. Su alma estaba ensombrecida por la pena… Los ojos de Flor Blanca no lo dejarían dormir. Supo que estaba enamorado y debería hacer algo.

Sac-Nicté jamás se casaría con otro.

Mientras tanto, en Mayapán, se acercaba la fecha de la boda, y la princesa tampoco lograba conciliar el sueño. Los ojos negros de Canek aparecían en sus pensamientos de día y de noche. La joven princesa sentía su corazón partirse en dos: no sabía si obedecer a su padre o hacerle caso a sus sentimientos. Lloraba continuamente, y en vano trato de postergar la fecha de la boda: su padre fue inflexible.

Ulil era el más fiel aliado de Hunacel y no podía hacerle ese desaire. Además, ya habría invitado al príncipe Canek, quien lejos de ser el futuro marido, debía conformarse con ser invitado de honor.

Lego la fecha de la boda: un día que jamás se olvidara en la historia  de los mayas.

En vano esperaron al soberano de Chichén Itzá; Canek no llegaba. Finalmente, se inicio la ceremonia.

Hunacel no encontraba explicación alguna para aquel desaire. Sintió bullir la furia en su pecho.

Sac-Nicté aguardaba, silenciosa y triste, envuelta en un huipil blanco como la nieve, el cual acentuaba aún más su bellaza. ¿Qué esperaba Flor Blanca? Tal vez un milagro de sus dioses.

Y así ocurrió: segundos antes de convertirse en la esposa de Ulil, se escucho un poderoso grito proveniente de la selva: todos voltearon hacia ese sitio y vieron salir de la espesura al príncipe de Chichén Itzá, armado hasta los dientes y rodeado de sus mejores guerreros.

Los asistentes no se reponían aún de la sorpresa cuando el príncipe Canek –más veloz que el rayo subió las escaleras del templo, se acerco a la princesa y, antes de que mediara el aleteo de una mariposa, la tomo en sus brazos para luego desaparecer en la selva.

Todos enmudecieron ante la audacia del joven soberano, pero en pocos segundo Ulil y Hunacel recobraron el sentido y reunieron a sus mejores hombres.

--¡muerte al sacrílego, al traidor!—fue el grito que se escucho en todo el Mayab.

Sac-Nicté iba en brazos de su amado, através de la selva. No se dijeron ni una palabra, pero su destino estaba sellado. Arribaron a Chichén Itzá, donde los esperaban todos sus habitantes.

--¡Itzáes! —Pronuncio Canek, con voz fuerte—

¡Nuestro destino está escrito en las estrellas! Podemos quedarnos aquí y ser exterminados por nuestros aliados, o podemos huir hacia la selva, donde jamás nos podrán encontrar…¿están con migo o contra mi?

--¡Tu eres nuestro rey, tu dirígenos¡--fue la unánime respuesta.

Y así sucedió. Sin hacer ruido, sin llevar más que lo necesario, los habitantes de la ciudad más hermosa del Mayab desaparecieron de la selva para siempre.

Cuenta la leyenda que cuando los perseguidores llegaron a la gran plaza, un silencio sepulcral los recibió. No había rastro del enemigo.

Sin embargo, los mayas saben que Canek y Sac-Nicté aún viven en lo más profundo de su tierra, donde edificaron una ciudad aún más hermosa que la desierta Chichén Itzá. Una ciudad mágica, de fabula. Tan bella, que todavía hoy no hay ojos humanos que la hayan visto.

Chichén Itzá quedó tan desierta como se le puede ver en estos días, los estudiosos no han hallado una explicación posible de por qué fue abandonada.

 

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